अ॒ग्निमी॑ळे पु॒रोहि॑तं य॒ज्ञस्य॑ दे॒वमृ॒त्विज॑म् । होता॑रं रत्न॒धात॑मम्
Agn ́ım ̄ıl e pur ́ohitam. yaj ̃n ́asya dev ́am r. tv ́ıjam…
Glorifico a Agni, el sumo sacerdote del sacrificio, el divino, el ministro,
que presenta la oblación y es el poseedor de grandes riquezas…
En alguna parte de la zona oriental del planeta,
finalizando la edad de bronce, mil años arriba o abajo, alguna de aquellas antiguas
sociedades decidió poner por escrito los himnos y mantras que se cantaban a los
dioses para invitarlos a seguir durmiendo y no interrumpir el sueño divino que
conforma nuestra existencia.
Aquel momento histórico en el que por primera vez una
mano humana trazaba un signo lingüístico y luego otro y otro y otro hasta
formar un texto completo, supone, visto desde aquí, una revolución cultural sin
precedentes, el comienzo del sexto arte ni más ni menos: la divina literatura. Pero
basta con trasladar apenas unos centímetros hacia el lado izquierdo nuestro
punto de vista para que la cosa cambie, y no levemente, y pase a interpretar
ese paso de gigante como la imperante necesidad de que lo sagrado no se olvide
y permanezca en algún sitio, ya que la memoria colectiva empezaba a mostrar
sospechosas lagunas, propias de la degeneración que acompaña siempre a la
vejez, a la caída de un imperio o el acercamiento al último de los cuatro yugas.
A modo de información les diré que el último yuga, Kali yuga, —ya solo el nombre lo
dice todo—, tiene dos fases: una en la que perdido el conocimiento de los estados
más elevados del yo solo se reconoce el cuerpo físico y el cuerpo que respira,
y una segunda fase final donde ya solo se reconoce el cuerpo más denso, el
físico, que supone una profunda ignorancia y conlleva un periodo de hambre
terminal, guerra, crimen y destrucción al final del cual, Shiva, destruye el universo.
Claro que esto solo es como ellos lo veían, algo
incomprensible para nosotros, de interés, si acaso, antropológico. Visto desde la
cara civilizada del planeta el ser humano está en su máximo esplendor, tenemos
democracia, propiedad privada, economía de mercado y leyes, —muchas leyes—,
continuamente revisadas, actualizadas y sujetas a debate. Luchamos sin descanso
por derechos y libertades, tenemos un poder ilimitado de renovación gracias a
un Dios llamado ciencia y a una religión llamada Tecnología que con la fuerza
de la prueba empírica nos asegura el progreso y la superación de cualquier obstáculo,
ninguna amenaza puede ya detenernos, el más mínimo asomo de duda es arrasado
por la firmeza de nuestra fe. Sí es cierto que el factor humano lleva asociado
a su naturaleza errores, no lo podemos negar, pero den por seguro que pronto la
inteligencia artificial eliminará ese imponderable factor de los nuevos modelos
de empresa y convivir social que programe para nosotros. “Viento en popa y a toda vela…”, que diría el poeta, “no corta el mar, sino vuela” la
humanidad hacia el futuro.
De aquellos primeros trazos, primitivos y supersticiosos,
hemos hecho un arte noble, y sus maestros iluminan y despiertan con prosa sutil
emociones que creíamos perdidas y sensaciones que dábamos por olvidadas, ¡acaso
no está claro! Con un dominio de las letras sin parangón en la historia de la
humanidad, Dan Brown (9,5 millones de dólares), J.K. Rowling (19), Stephen King
(15), James Patterson (95), Danielle Stele (15), Richard Castle…, por nombrar
solo unos pocos elegidos, son capaces no solo de relatar historias apasionantes
en doscientas cincuenta páginas a doble espacio, sino de generar empleo y promover
industria a base de tener con el alma en un puño a sus lectores —en esto Dan
Brown anda un poco verde— y de generar avalanchas en centros comerciales —en
esto no—.
Solo un imbécil puede pensar que nos acercamos al fin y
solo un pobre ignorante sin escolarizar puede creer que Shiva va a destruir el universo. Y solo un pobre ignorante imbécil
y sin escolarizar puede ver una señal entre la primera palabra escrita en los Vedas, Agni, y la emisión descontrolada de gases de efecto invernadero que
no van, sino que ya están mandando a tomar por culo el universo.
Namasté
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