La Muerte de Mr. Visie
Dicen que el lenguaje determina el
mundo en que vivimos, que por vivir en las palabras limitamos la realidad a sus
estrechos márgenes, y le decimos muerte al temor de los temores y le decimos
muerto a cualquiera que estando vivo deje de estarlo; sin tener en cuenta que ante una muerte ya no nos queda más remedio que asumir el estado emocional
asociado al terrorífico sustantivo que nos obliga a mostrar, muchas veces con
esfuerzo sobrehumano, el más profundo de nuestros pesares. Pero hay muertes que
no pesan, muertes que no pueden ser muertes, y que por evitar el solo pensar en ella y
por la escasez de vocabulario del idioma nos vemos obligados a meter en
el mismo saco que las que sí lo son, convirtiéndonos en esclavos de ellas.
Cuando
usted le desea la muerte a alguien, ¿qué es lo que realmente le desea?
La respuesta sincera a esta pregunta es
clave ya que nos muestra la pesada carga emocional asociada al término. Para que
la muerte sea muerte y no otra cosa es necesario un agente provocador con
intención asesina y una vida que ante la terrorífica visión de su inminente fin
se cristalice de tal manera en la conciencia que su flujo se vea afectado tanto
en el inconsciente general como en el consciente particular de aquellos que en
vida fueron cercanos, provocando considerables cambios en ellos y peligrosos
estancamientos que llegan incluso a provocar más muerte. Vemos entonces, no
solo que aquello que se decía del alma en pena era cierto, sino que hay que
reintegrarlo en el lugar que le corresponde y liberar del aspecto dramático a
la muerte que no deja cuenta pendiente que resolver y, sí, duplicar o triplicar
el dolor y la vergüenza que nos produce la verdadera muerte, la que deja mancha
en la conciencia, sin olvidar a todos y cada uno de sus agentes provocadores.
Mr. Visie
no murió. Su final ya estaba escrito en el código que le dio la vida. Fue
triste, pero no fue ningún drama. Su cuerpo descansa mientras se
transforma en las infinitas formas de vida que pueblan el fondo del lago en el
yace y su espíritu enriquece el flujo de la conciencia universal y el alma de
quienes tuvo cerca en vida formando parte indiscutible de ellas. Su huella no
se borrará nunca.
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