#FuturoLaboral
Hay otra opción, además de las habituales, —por otra
parte tan bipolares y sencillas ellas—, en la que no hace falta acabar con la
propiedad privada para que el ciudadano disfrute de las maravillas asociadas al
sueño socialista. Tampoco hace falta insultar a ningún empresario ni a ningún rico,
ni siquiera a nuestra querida Anita por profanar úteros de madres indefensas y desesperadas.
En realidad no hace falta insultar a nadie, se puede incluso tener el cuarto de
baño empapelado con fotos de Abascal y encomendarse cada noche ante un busto de
Mussolini, que mientras se respete la ley y el derecho el resto no deja de ser
una más que una simple curiosidad, propia de cada cual, dentro del ejercicio de
su derecho a no tener que vivir encerrado en un armario para evitar le partan
la cara.
Pero no me entiendan mal, esto no va de políticos, ¡Dios me libre! ¡Y el diablo se los lleve!
Dicho sea de paso. Y, ya que estamos de paso, pongámonos también de coña, y
recuerden, y, sobre todo, feliciten y aplaudan a sus líderes, cada cual al suyo,
¡estaría bueno!, porque gracias a
todos ellos ya nadie ha de permanecer encerrado en ningún armario a no ser que así
lo desee o tenga alma de polilla. ¡Bravo!
Ya se puede salir de él y agitar por doquier la bandera que a uno más le plazca,
siempre que no provoque, ¡claro está!,
o toque alguna sensibilidad intocable o diga algo que no se pueda decir o tenga
una actitud… ¡Cómo decirlo!, que vaya
contra natura —naturam para los tiquismiquis
de Libertad Digital— o que se pueda calificar de fascinefanda, ¡eso es!,
entonces sí, ¡es más!, estaríamos en
la obligación por el bien de la comunidad, porque hay abominaciones que no se
pueden permitir, ¡como todo el mundo sabe!,
y debemos evitar estas situaciones tensas que tan gravemente repercuten en el
inconsciente popular, cuna del trauma y del complejo, que pueden dar al traste
con el fundamento de pluralidad peninsular de Los Estados Ibéricos de Europa y
con los derechos de las mujeres a decidir libremente sobre su cuerpo, bandera
inamovible, ¡ojo!, exceptuando
alquileres de útero a fascistas recalcitrantes, porque esto, ¡como todo el mundo sabe!, entra dentro
de lo inaceptable. Exactamente igual que sucede en el caso de ese joven menor
de edad, tan desesperado e indefenso como incomprendido y despreciado por las fascinormas de los ricos, y que,
ejerciendo libremente su derecho de identidad sexual sustituye el equivocado
pingajo por la preciada concha marinera o viceversa, y, no solo tiene que soportar
diariamente la cara de su despótico padre, fascicabrón
hasta la médula, que hizo lo imposible por impedirlo, sino que puede que hasta
tenga que ver por la calle policías armados o concentraciones de individuos
pidiendo la unidad nacional ¡o sabe Dios
qué otras cosas!
Pero de lo que yo quería hablar es de otro tipo de gente,
gente real, que se mueve muy por encima de estos odios y amores alentados por políticos
y periodistas esquizofrénicos. Gente que no necesita que le estimulen la
secreción de bilis porque ya la tiene alta de por sí; que anda por la calle,
con prisa, con apenas unas calderillas y el bono del bus para abarcar un poco
más; que come de las ofertas, se viste de mercadillo e instintivamente mira de
reojo los contenedores de basura, por si acaso; gente que no tiene conciencia
ecológica porque aún se mueve por los niveles básicos de la pirámide de Maslow
y que se lo pasa yendo y viniendo, contoneando su abultado curriculum por las esquinas y los polígonos industriales, buscando
dar satisfacción a algún encorbatado recruiter
para poder cerrar el círculo, y respirar, por fin, y preocuparse de otras cosas;
pero que no puede ser porque no hay día que pase que no sufra alguna necesidad
o alguna decepción o las dos cosas a la vez, que le haga echarse las manos a la
cabeza y clamar desesperado al cielo:¡Qué
cojones de derecho al trabajo es este que tenemos! Para volver a recordar, y
a revivir con cada recuerdo las imborrables humillaciones sufridas en cientos
de entrevistas fracasadas; trabajos basurientos; jefes que se volatilizan a fin
de mes; resoluciones judiciales que nunca llegan; ayudas en las que nunca
encaja tu perfil y solicitudes fuera de plazo o revocadas por sutiles tecnicismos
ahorradores de ese gasto superfluo que traen siempre los desocupados.
Hay otra opción, decía al comenzar y continúo ahora,
además de las habituales, que no pertenece al universo bipolar y que no
pretende instaurar o erradicar ningún sistema infalible porque no hay sistemas infalibles
como tampoco hay sistema que solucione esto y porque la cosa ya no va de
sistemas. Ahora se trata de reorientar lo que ya tenemos, bueno o malo, y
ponerlo en una dirección en la que el impacto de lo que se nos vine encima —el
decrecimiento obligatorio y el crecimiento desbocado de la estupidez por la vía
de la inteligencia artificial— sea lo más soportable posible para esta parte de
la población de la que venimos hablando. Esto requiere centrar la atención en
un punto muy específico: Ellos. En su derecho a trabajar y en la necesidad de
estar formados que garantice su supervivencia. Asuntos de los cuales son
responsables gobiernos y empresas.
El empresario, ¡a
quien Dios guarde!, y la empresa, ¡a
quien Dios bendiga!, tienen todo el derecho del mundo a exigir una
formación a sus empleados, pero cuando se trata de elegir entre una serie de
candidatos todos ellos adecuadamente formados para el puesto, la elección final
ya no puede ser de su competencia. Aquí ha de entrar en juego el derecho que
nos concede la constitución, y con él, una serie de factores de urgencia y
necesidad que determinen quien tiene prioridad y que, incluso, puede resultar
en puestos compartidos.
Ha de abrirse un nuevo camino cuyo resultado no puede ser
ni parecido a lo que estamos acostumbrados. Ese monótono ir y venir con el
mismo horario al mismo sitio pasará a ser una excepción inevitable debida a la
particularidad de alguna profesión en concreto. La normalidad será trabajar en
un circuito, donde unos días iremos a un sitio, otros a otro, y otros se harán
prácticas, de acompañante o se seguirá una formación en donde proceda,
asegurando así una labor continua, una estabilidad, una formación, un sueldo y
una cotización para toda la vida. Esto, que como ya he dicho y no me cansaré de
repetir, es responsabilidad de gobiernos y empresas, ¿de quién si no?, es el punto de partida para que lo que haya de
venir, que ya se encuentra a la vuelta de la esquina, entre sin arrasar, y para
que, solucionados los problemas de supervivencia, podamos dar el paso ecológico
definitivo, porque ya no se trata de concienciar se trata de asegurar el pan de
cada día, sin pan no hay conciencia, es por eso que cada vez está más caro.
Todo esto pasa, inevitablemente, por la erradicación de
nuestras mentes del pensamiento bipolar, por dejar en paz a nuestros semejantes
y por someter a jubilación forzosa el modelo político que nos ha traído hasta
aquí, poniendo el foco cada cual en su líder y dirigiendo hacia él las más
duras críticas en lugar de ese acolchado de babas, aplausos y selfis que acostumbramos. Esto o seguir
soñando que después de la crisis vamos a tener un puesto fijo, repleto de días
propios, vacaciones, puentes, pagas extras y seguros médicos que nos permita seguir
silbando, escondidos en el habitual y poco consistente argumento de «¡allá cada
cual!, con su pan se lo coma».
Una serie de puntos a tener en
cuenta para dicha reforma pueden ser los siguientes:
1.
El concepto de libertad no es el mismo para todo el
mundo. La libertad del empresario está en fabricar y vender sus
mercancías, ampliar mercado y reducir costes, siempre buscando su crecimiento.
El pueblo, contagiado por esta opulencia, se lanza en busca de su libertad por
el mismo camino creyendo que, con dedicación y perseverancia, podrá entrar en
esta «esfera superior» y «salir de pobre» o, dejar de ser un trabajador por
cuenta ajena. El sumun, según este pensamiento, sería que todos los seres
humanos fuesen exitosos emprendedores, y eso, sencillamente, no puede ser. El
pueblo debe aspirar a ser libre sin dejar de ser pueblo. Ser libre no es ser
rico. El pueblo debe utilizar su arma ―su capacidad de trabajo― y luchar por su
libertad ―todo aquello que haga cuando no está esclavizado por el hambre, el
frio o la inseguridad laboral―. Es pues, que el proyecto debe estar basado en una
estricta organización del trabajo.
2. Competir por el puesto de trabajo. Hoy, el pueblo compite entre sí por el puesto de trabajo. La empresa publica su oferta y los aspirantes se adornan, y no dudan en dificultar todo lo posible el camino a sus competidores ni en agradar al máximo al empresario hasta llegar, en ocasiones, a situaciones lamentables. La entrevista de trabajo es un proceso donde se mide la capacidad de alguien para desarrollar una labor y no hasta qué punto el trabajador es capaz de llegar para conseguir el empleo, y todo, para que el capricho del entrevistador, finalmente, determine quien recibe el puesto entre un número de solicitantes igualmente aptos. Esto no es manera de llevar a la práctica un derecho constitucional.
3.
El poder que ejerce el
empresario sobre el trabajador radica en el derecho de explotación, es decir,
en la libre elección de quien trabaja para él en su empresa. Esto crea una
competencia entre los trabajadores, una lucha interna, que no permite al pueblo
desarrollarse como clase independiente. Nuestra falta de libertad está
directamente relacionada con el poder del empresario. El poder de uno disminuye
la libertad del otro, y la libertad del otro disminuye el poder del uno. El
poder que ejerce el empresario sobre el pueblo no afecta, en nada, a su
libertad, o sea, al libre comercio, a la producción de mercancías y al juego
con sus valores. La contratación de trabajadores no es más que un proceso
necesario para el desarrollo de una actividad empresarial, la manera de
conseguir ese personal no afecta de ningún modo a la productividad final;
cuanto más barato sea, mejor, ese es el único pensamiento. Todo esto demuestra
que el sistema de contratación actual no es más que un residuo de la relación
paternalista que ejercía el señor feudal sobre sus vasallos, y que el estado
actual, lejos de ser un organismo que garantice el cumplimiento de la
constitución, se muestra como una organización altamente sospechosa al servicio
de ella misma y de ciertos grupos empresariales. La cesta de Navidad o el
aperitivo de los viernes es algo comúnmente aceptado. Los partidos de futbol y
jugar a los bolos forman parte de la comedia nacional. Hoy, en los países más
adelantados, se debaten verdaderas estupideces al respecto: si el empresario
debe proporcionar a sus empleados unas horas de ejercicio físico, si el menú
debe estimular la capacidad de producción del empleado… Cientos de ejemplos que
no voy a enumerar y que usted, seguro, bien conoce, demuestran el carácter pijosectario que está adquiriendo la
empresa moderna. Así que, adaptándonos a los tiempos que corren y en beneficio
del progreso, nos vemos obligados a despojar al empresario de su poder ―no de
su libertad― y dárselo al pueblo en forma de libertad ―no de poder―.
4.
La contratación de trabajadores se debe hacer a través del SEPE. El estado se ocupará de que
llegue a todos los que cumplan el perfil solicitado, estén desempleados o no y,
por supuesto, quieran libremente entrar en el sistema. Todos los trabajadores
que cumplan el perfil y estén desempleados realizarán el periodo de prueba y
recibirán una evaluación de la empresa. A continuación, comenzará un rotativo
de los trabajadores considerados aptos —en una proporción lógica acorde con la
producción, el sueldo y a las circunstancias económicas del momento—. Los
rechazados comenzarán también un rotativo de formación, teórico o practico, según
lo considere la empresa que los ha evaluado, y se acoplarán al circuito de los
aptos en calidad de aprendices y ayudantes, siempre manteniendo un equilibrio
de intereses y de sueldos con relación a la producción y al momento económico. Las
empresas tendrán entonces, una plantilla de trabajadores y aprendices en
continua rotación. Esta rotación de trabajadores se puede trasladar a todas las
empresas del sector, con lo cual, los profesionales de un sector rotarán entre
todas las empresas del mismo ramo y se crearán diferentes circuitos.
5.
Las labores que
ahora se reparten entre los funcionarios,
estarán incluidas en los circuitos laborales de todos los ciudadanos. La
recogida de basura también.
De esta manera, el pueblo
estará siempre activo, experimentado, formado y actualizado en relación directa
a la demanda empresarial, y su capacidad de trabajo será del 100%. La
temporalidad del trabajador beneficiará a la empresa sin perjudicar al
empleado, ya que el estado dispondrá siempre de un circuito para cada uno de
sus ciudadanos, por lo tanto de un sueldo, variable, para toda su vida laboral.
Pongamos un ejemplo: Una situación de
crisis tiene a cinco millones de trabajadores desempleados, todos están en
algún circuito trabajando y aprendiendo pero el número de horas trabajadas no
alcanza para que todos reciban el mínimo estipulado por su profesión o por su
aprendizaje. Recurrimos a una rebaja de los sueldos, siempre por encima del
salario base —que esté debidamente estipulado y sirva…—, y aún así, tampoco llega.
Seguimos reduciendo sueldos hasta dejar a toda la población con el salario
base, y continúa sin ser suficiente. La suma del trabajo ofrecido por las
empresas no llega para que todos los ciudadanos sobrevivan. A este dinero
ausente, el necesario para la supervivencia de la ciudadanía en tiempos de
crisis, le llamaremos X y volveremos a él en un instante.
En este hipotético caso ha
aparecido un sector de la población, que sin cesar de trabajar y formarse no
puede sobrevivir. El estado se encuentra con que tiene que enviar a la miseria
a un número de ciudadanos y comenzar un rotativo con ellos. Ante tal dilema,
surge la pregunta. ¿Existe una responsabilidad moral de las empresas menos
afectadas por la crisis, con el rotativo de la miseria? O lo que es lo mismo:
¿El tejido empresarial es parte activa de la sociedad o solamente se sirve de
ella para su beneficio? Si la respuesta es que las empresas forman parte activa
del tejido social, X deberá convertirse en una fórmula por la que las empresas,
en relación con sus ganancias y su índice de ocupación, aporten la cantidad que
corresponda al presupuesto del gobierno destinado a prestaciones sociales para
asegurar el mínimo necesario para la supervivencia. El no es imposible. Ante
una población preparada, con experiencia y en continua formación, no cabe el
abandono a su suerte. Estamos obligados a vivir en un sistema capitalista que
para sobrevivir necesita destruir periódicamente a sus empresas más débiles o a
sus sectores más sobreexplotados, el pueblo no tiene culpa de ello.
El trabajador debe estar siempre activo, debe tener un circuito asignado sea cual sea la circunstancia económica
general, y esta actividad le debe garantizar un sueldo. La pensión por
desempleo es el complemento que hace que el sueldo del trabajador llegue al
mínimo establecido durante los tiempos de crisis, y este dinero, bautizado
anteriormente como X, no se puede acabar nunca.
La implicación de las empresas en el desarrollo de la sociedad debe ser igual que la implicación de los ciudadanos en
el desarrollo empresarial, el máximo posible. El pueblo, organizado según este
sistema, ofrece toda su capacidad; a cambio, las empresas y el estado deben
garantizar la supervivencia del pueblo. En el justo reparto de X se encuentra
la dignidad del pueblo.
Otros temas por desarrollar relacionados:
- El cambio de gobierno y la desaparición automática de los fondos.
- Las arcas del estado, X y los Bancos centrales: Responsabilidades penales.
- El crecimiento de X como indicador de prosperidad de una nación.
- El exceso de X y su repercusión en las naciones en desarrollo: El agua.
- Comunidades económicas entre países de una misma franja climática: sus productos y sus necesidades.
- Turismo, medicina tradicional y primeros auxilios: congresos internacionales y necesidades básicas.
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